viernes, julio 04, 2008

Superhombre

Desde una semana antes exactamente, había estado recluido en ese cuarto, que era como su casa, su vida enjaulada; creía que el fin de todo era él mismo, un ser que dejaba huella, y que su propio actuar era un azar concreto, predestinado. Miraba con un lejano e inmanente desprecio a todos los hombres, le parecían execrables.
-Causita, ya pe!
Diez de la noche, de un viernes invernal, quincenal, en que Roger llevaba ya una aceptable suma ganada en todo el día. Como todo proletario, llevaba en la calle diez horas trabajando, con su uniforme diario: el rostro de catorce años pintado de blanco con círculos rojos en cada mejilla, un sombrero, zapatos y bolsillos, todos propios de un payaso.
-¡Oiga caballero!, como está varón, como está varona, señorita, joven estudiante, señor chofer y señor cutrer…¡cobrador!...
“Esto es una mierda, desde ellos, esos también, sí, estos que vagan todo el día, ¿barriendo?, ¡lo primero que deben barrer no está ahí!, no, pero no lo ven, y ¿cuándo lo van a ver?”
-…si varón, pero a ver usted, con todo respeto joven, usted que tiene cara de chancón, mire a la señorita de su costado, analizela bien, pero de lejos noma, ¿está rica o no?... mire pues, y que no se le empañen los lentes, ¿está rica o no?
Federico, tan misántropo, iba recorriendo la calle desde su ventana, veía como siempre a los barrenderos del municipio, tan amarillos e inconscientes de la supervisión de la que eran victimas.
Era raro, pero ciertamente, a Federico le comenzaron a aterrar cada vez más los gritos de los carros y sus bocinas, el sabor de la calle lo asqueaba, su cerebro no aguantaba un gramo más del smog inconsciente que su atmósfera le inyectaba constantemente. Así, había decidido dejar su trabajo como asistente de un abogado que resultaba ser más practico que él. Tomó una maleta pequeña y llenó su ropa, dinero, un jabón, un utensilio de cocina y su gastado libro de Nietzsche; fue luego a su trabajo, cobró su ultimo mes, para después sincerarse rudamente con su ex-jefe, quien terminó corriéndolo a empellones por creerlo un malagradecido "de primera".
El lugar donde entonces había estado viviendo era una pensión antigua del jirón Junín, ahí transcurrían sus disquisiciones filosóficas en medio de trajines coléricos, hepáticos, que lo hacían adular más a su mentor. Federico creía ser de verdad un Superhombre, y que la sociedad entera debía transformarse, y él apelaba a ese valor, ese coraje de sentirse único, elegido, como tocado por un dedo teleológico que lo empujaba a la redención general, a tomar papel en ese cambio.
-Si amigo, amiga, ya en serio, esta es mi chamba, cole mañana y no me tiro la pera, pero no como, no desayuno, varón, amiga, por favor, te pido una colaboración, así, una monedita, o algo de comer, por favor, mira, te hecho reír, por favor, ahora no me ignores ni me voltees la cara…
Había pasado esa primera semana en el cuarto, recluido con sus provisiones materiales y espirituales, maquinando un nuevo mundo, simplificado de periódicos y opiniones contingentes, creía necesario un cambio, pero no escapaba a su realidad, no podía, el “Ecce Homo” se repetía constantemente en su cabeza, y así, no encontraba como sostener al mundo en este cambio, esta revolución evolutiva, mental, que planteaba.
“Si al menos la gente entendiera bien de estas transformaciones”, se decía a si mismo, y sus manos jugaban con los pasadores de sus zapatos, mientras meditaba sentado en el piso de un rincón de su cuarto; Federico se sentía en ese "tránsito" donde se renace, y esa primera nirvana en la que ya se encontraba, le hizo darse cuenta de la gran manada que era la humanidad, que buscaba sus razones en la simpleza de la moda, de lo que otros dicen; que no veían la vida hipócrita, con una moral también hipócrita, innecesaria.
Federico se iba ofendiendo cada vez más, y no encontraba palpable una solución, un sistema redentor y político que le devolviera sus esperanzas de algún comunitarismo posible.
Y palpando sus pasadores, buscando lo concreto en sus pensamientos, rozó y se aferró maquinalmente al utensilio que trajo consigo... una reminiscencia, que de pronto creyó definitiva, lo empujó súbito.
Un bólido en la calle, iba deshaciendo a los caminantes ajenos a la revolución que mantenía agazapada dentro de su abrigo (porque era invierno, era de noche, hacía frio, una neblina húmeda, gris). Salió hasta la avenida y se subió a la primera combi que vio.
-…ignora al choro, al vago, no me ignore causita, no al que trabaja…
-¡Tu!, niño, ¡cuántos años! Y no sabes quien eres, no hay, no hay futuro, no hay, no existes tu…ni tu, ni tu , ni tu, ni tu, ni tu…
Federico ostentoso señalaba con su dedo deicida a los pasajeros de la combi, decidido, sacó su utensilio, un cuchillo de hoja gruesa, brillante, intacto, inmaculado. Enhiesto, artístico y corajudo, atravesó el estomago de Roger; y repartió su revolución fría y filuda a los jóvenes estudiantes con cara de chancones, a las señoritas que estaban buenas, al señor cobrador… pero al fin vio imposible cambiar todo, vio imposible cambiar la combi en la que estaba, vio imposible frenar su genocidio, vio imposible frenar a su mano, que junto al cuchillo habían logrado la silueta roja y macabra de la sangre sorprendida; al fin él mismo se sintió imposible, y se sorprendió o lo sorprendió su conciencia, mientras se atravesaba el cuello de lado a lado para terminar su mundo, para terminar de redimir lo que todos sufrían, para sufrir por todos una sola vez; y no gritó, nadie grito por él, ni Roger, que yacía en el piso, con el rostro blanco y la ropa roja, ensangrentada, como la combi, la combi en la que iba el Superhombre, en la que iba Federico, y en la que ahora van seis personas muertas y un payaso que agoniza...

1 comentario:

ando... dijo...

que agradable sorpresa señor...
finamente estructurado, una trama propia de un psicopata en potencia, continue, que la audiencia y los comentarios aumentaran...
un abrazo