martes, julio 08, 2008

Las cartas de Mauro

“¿Qué playa? ¿Què mar? Cada cierto tiempo el viento cambia de dirección y da indicios de su presencia -un olor salobre que atraviesa la ciudad-, pero esos días son raros.” DANIEL ALARCON, Radio Ciudad Perdida.
I
Cena Mauro con esa distracción solitaria, masticando la comida maquinalmente y mirando la televisión. Su departamento lo acoge con un silencio de cosa habitada, con una pequeña refrigeradora en un rincón de la cocina, que suena como un pequeño estómago en espasmo continuo, el soundtrack perpetuo de su independencia. Se lava los dientes mientras piensa en la mujer que vio atractiva en la combi, se echa en la cama, son las diez. Su cuarto; un velador, una lámpara, un ropero y otra televisión (frente a su cama); huelen a colonia antigua, a menthol seco. Prende la televisión, el dvd, y retoma la película donde la dejó: dos hombres penetran los bajos esfínteres de una mujer que aparenta gozar de lo que le acontece. Súbito, Mauro mueve los pies, se remanga el pijama y comienza a rozarse el pene, mira de nuevo la pantalla, la rubia desnuda casi grita, casi está a su lado, y él se descubre el sexo, lo toma enhiesto en una mano y empieza a masturbarse, poto gringa rico si tetas combi cabello sí culo negra ayer hoy pinga duro. Mauro es meticuloso en la figuración de la mujer que lo excite, hoy toma las nalgas de la rubia que aparece en la televisión y las pone en el cuerpo de la morena de la película de ayer, las tetas son de la mujer que vio en la combi. Y continúa entrecerrando los ojos, y distribuye sobre si, excitado, a su mujer diseccionada, que ya lo besa, ya cimbrea su mundo encima suyo, y la imagen física que da esto es la de un continuum fantasmal, y de pronto los espasmos, golpeteos, el vahído… y la dosis seminal ya se desliza entre sus manos; con un papel evita mancharse, se limpia un poco y se queda dormido. Mauro trabaja de bibliotecario junto a otros colegas, por ratos se distrae viendo las piernas de una joven que está leyendo, por otros toma algún libro y lo hojea casi interesado, luego va al baño y orina mientras recuerda a la mujer de alguna película. Hoy ha aceptado ir a tomar con sus colegas, es bastante callado, y más aún con las mujeres; pero ahora está ahí, habla, ríe con ellos, los conoce, sabe sus nombres; un poco de licor y Mauro ya está algo libre, solo algo... Corre un viento marino cerca a la puerta donde beben (a las puertas donde beben) y Mauro ve la hora, son las 11 de la noche, y recuerda sus películas, recuerda a alguna mujer de cabellos negros, tal vez de piel blanquísima, de pronto se siente cansado, “¡sábado! semana de trabajo” piensa, así que se levanta para despedirse, nadie lo invita a seguir tomando, pero él no lo nota a fuerza de costumbre. Ya en su departamento toma el teléfono, abre el periódico en la página exacta y comienza a llamar a alguna de las prostitutas.
-Hola, Débora…llamaba por tu aviso…mira…es mi primera vez y… -Sí mi vida, el costo es de cincuenta soles, incluye… - Mauro escucha sin dejar de imaginarla, charapita quebradita golosa insaciable, se toma la entrepierna. Está todo dispuesto… -… ¿Y cuánto... me cobras... por atrás? – tratando de simular sobriedad, reteniendo gradualmente la respiración, escucha el precio, escucha la voz que le habla al oído, y comienza a excitarse un poco más… -… ¿ok?, si te animas, estoy por la veinte de Arenales, te ubicas por ahí y…- y Mauro ya está ligeramente espasmódico, sabe que va a terminar y su respiración lo delata, la prostituta se da cuenta, pero él ha soltado el teléfono, ya está con la cabeza recostada y estirando por ultima vez el pie derecho, unas deprimentes gotas le resbalan por la mano…
II
“Se viene un domingo aburrido” piensa mientras se despierta, la refrigeradora perpetua está susurrándole, ya son las ocho de la mañana y hoy, sin pensarlo, no se masturba, tiene hambre y se levanta a desayunar. "Te estuve viendo”. Al principio no lo creía, desayunaba frugalmente cuando esa vision lo asaltó: un sobre amarillo estaba tirado en el piso de la entrada, y al abrirlo, una hoja arrancada lleva esa frase con una letra muy trabajada; ¿te estuve viendo? ¿a mí quién? . Conciso, misterioso, el mensaje no tenía una sola pista más, y los pies de Mauro vuelven a golpetear el piso, ¿qué?...¿quién, cómo…¡¿por qué?!,no lo imagina posible, ¿quién a donde vivo?, muy extrañado hasta abre la puerta de la calle, pero nada, todo es silencio de domingo matutino; y comienza, ahí en la entrada, con la puerta aun abierta y aceptando todo, a imaginarla morena rubia jovencita sí pequeña rica ricaza chancona tranquila. Con la destreza admirable que sus amigos no valoran, ya tiene a la chica a su lado, se la lleva a su cuarto, sus pies siguen intranquilos, antes de echarse pega la carta a la televisión, decidido, con una excitación notable, se tira a la cama y comienza a penetrar a la chica de la carta, ah así te gusto eh sí sí sí ah no ahí ahí así, retuerce ambos pies y se da vueltas, parece libre de su vida perpetua, y hasta grita, sí, él y la chica de la carta están gritando, y está frenético, inconsciente, instintivo en su ademán urgente, su cama rechina, se da vueltas… pero ya termina, mientras se deja manchar con el fruto de su mente, agitado ya sin jadear, se queda al fin dormido mirando la carta. Ese domingo no fue como pensó, y eso lo alegró mucho, al día siguiente en su trabajo por fin iniciaba las conversaciones, miraba más indiscreto a las mujeres y su voz tomó un acento más grave. Sus amigos no lo creían, Mauro tenía una actitud muy confiada, se le veía súbito y decidido, tal vez casi como el que se precipita muy sexual sobre una niña. Su día cambió, su vida cambió, esa vida que todos veían, había cambiado; Mauro era otro, y esa carta lo era todo ahora, casi amaba a la mujer que simbolizaba y cada vez que podía trataba de imaginarla más y más, cómo era su piel, cómo los pechos, el cuerpo. Tantas cavilaciones le duraron solo unos días. La noche del jueves otra carta lo recibió en la entrada a su departamento, casi maquinal, Mauro la recogió de nuevo: Hoy también te estuve viendo, tu voz. PD: esta también puedes pegarla a la tele. De nuevo se asomó a todos lados, nada, desde dónde podían haberlo visto, cómo sabía ella que la carta estaba pegada, se sentía espiado, suavemente asediado, pero también exaltado (¿excitado?). Mientras ya la imaginaba, cabellos negro rizado no lacios…, se comenzó a excitar, y fue a la sala, junto al teléfono, ahora la chica de la carta era quebradita golosa insaciable charapita, le hablaba al oído, y su mundo cambiaba con ella desnuda y vulnerable encima suyo, ah sí rica ricura estas rica linda puta caliente… Inexistente. Las cartas continuaban, Mauro había tomado la costumbre de pegarlas en la pantalla de la televisión, todas lo terminaban excitando, le daban esa sensación de la mujer esclava, adicta, curiosa. La imaginaba, sentía más su actitud, su forma de ser, forma que para Mauro justificaba su timidez. La concebía tan increíble en el sexo, aunque tranquila, pequeña, dócil, callada; de un rostro tan ubicuo para él mismo. Las notas también estaban cargadas de una complicidad que le daban un significado particular, desde la primera de estas Mauro se volvió un galante que se bañaba todos los días, pegando las cartas para que ella lo viera, lo viera masturbándose más, locamente. Quería parecer todo un hombre ante la chica que gustaba de verlo, que gustaba de ver al que todos veían.(voluble) Cada paso, cada actitud ya no era como un eco alejado; y buscaba nuevas formas de vestir, de caminar, de hablar, pero sobre todo, nuevas formas de masturbarse, esta última faceta comenzó a presentar nuevos formatos, ahora lo hacía parado, vendado, atado de tres extremidades. Su imaginación era aun más increíble en esto. Fueron meses que a Mauro le cambiaron la vida, las cartas ya le llegaban con cierta regularidad, y cada una señalaba el punto exacto de aquello que creía que en él no valoraban, la quería, la deseaba. Al fin se sentía mayor de verdad, podía abordar a cualquier mujer, ya no lo atemorizaba nada, solo ella, que se convertía cada vez más en una mujer de papel solo. Pero no le importaba, no reparaba en ello, aún no. Mas un día, mientras olía las cartas de puntas frente a la televisión, lo exaltó la idea de conocerla (y tal vez así salvar su existencia), imaginaba dónde, qué harían, y tomó un cuaderno que guardaba en su cómoda y escribió: Ya quiero conocerte, basta de cartas. donde, como, cuando. Luego de cerrarla con el sobre amarillo que tenía gracias a la chica de las cartas, fue hasta la puerta de la calle, y sin abrirla, deslizó el sobre por debajo, hacia la calle, esperando iluso. Tan solo un día después, llegando como siempre galante y varonil a su casa, encontró la respuesta: “El viernes, av. Piérola 1540, 10pm, espérame en la barra.” Muy alegre, abrumado, Mauro resguardó la carta en su billetera y esperó sin masturbarse un solo día, imaginándola y guardándose para la cita, esperaba lo mejor. La avenida Piérola, céntrica, ruidosa, de noches alegres y confusas...confusas. Mauro le había pedido al taxista que lo deje antes, quería sentir por última vez esa intriga de quien se sabe observado. Fue caminando las ultimas cuadras y, antes de llegar, miró su reloj, miró a su alrededor, y luego entró. Una luz roja y mortecina lo recibió, el local era una procesión de inciensos hormonales. Mauro se sentó en la barra muy puntual e impaciente y pidió una cerveza. Fue cuando una mujer se le acercó, él la vio y escuchó lo que le susurraba: Qué haces sentado amorcito, vamos a otro lado, no te cobro caro. Guardando simulada soberbia, le dijo a la mujer que no podía, que esperaba a su pareja. Ella se rió extrañada y se fue a bailar al escenario. A Mauro no le importaba que la chica de las cartas lo hubiera invitado a un lupanar, lo tomó como posible, lo acepto como decente. Luego de un rato de seguir ahí vio el reloj, eran las 10:20, no tardaría. A la media hora, sin embargo, otra mujer se le acercó con las mismas intenciones, Mauro de nuevo, altivo y sosegado, la rechazó con la misma excusa. Estaba muy excitado, se había guardado por casi cinco días, y las mujeres de pronto lo abrumaban, pero él quería ser fiel a la chica de las cartas. Luego de su sexto vaso de cerveza, luego del tiempo que desgranaba su inconsciencia, algo ebrio e impaciente miró su reloj, eran las 11:30, no venía. Comenzó a aceptar que no llegaría, y creyendo que a él no se le podía plantar así, así de fácil quién será que se joda no soy para me planten no existes, se sintió más libre aún, ahora en su nueva vida, y comenzó a ver a su alrededor, reconoció a la primera chica que se le acercó y la llamó. Cuánto me cobras, tengo departamento. Barato nomás mi vida, pero si es a tu casa, me pones el taxi y una propinita aparte. Se paró de la barra sin decir más, la mujer lo siguió. Al llegar a su casa él la tomó de la mano y la llevó a su cuarto. Se desnudaron y él la comenzó a besar muy fuerte, cerrando los ojos... y de pronto Mauro sentía estar besando a la chica de las cartas, cabellos rizados no lacios negros rubios quebradita golosa insaciable charapita, ya la conocía, era tranquila, callada, dócil. Y abría los ojos para ver la pantalla repleta de cartas pegadas, y miraba la espalda de la mujer, mujer de mundo, de simulacros poco sinuosos, es ella sí, y gritaba en su paroxismo exhalado, tomándola de forma violenta, casi vengativa… Pasó la noche entera con la mujer de la barra, muy satisfecho, muy fatigado. Y antes de quedarse dormido, aprovechando que ya estaba un poco sobrio, que la mujer dormía, Mauro sacó su cuaderno de la cómoda y arrancó una hoja más, tomó el lapicero y, con la letra muy trabajada de siempre, escribió: “No pude ir, pero te sigo viendo. Tu imaginación. PD: pégala también en la tele” La guardó en el sobre amarillo, al resguardo de su conciencia, de la vida que todos veian, la tiró cerca a la puerta de la entrada como había hecho los últimos meses, y se fue a dormir pensando en ella, en ellas. La refrigeradora sonaba perpetua en la cocina.

viernes, julio 04, 2008

Superhombre

Desde una semana antes exactamente, había estado recluido en ese cuarto, que era como su casa, su vida enjaulada; creía que el fin de todo era él mismo, un ser que dejaba huella, y que su propio actuar era un azar concreto, predestinado. Miraba con un lejano e inmanente desprecio a todos los hombres, le parecían execrables.
-Causita, ya pe!
Diez de la noche, de un viernes invernal, quincenal, en que Roger llevaba ya una aceptable suma ganada en todo el día. Como todo proletario, llevaba en la calle diez horas trabajando, con su uniforme diario: el rostro de catorce años pintado de blanco con círculos rojos en cada mejilla, un sombrero, zapatos y bolsillos, todos propios de un payaso.
-¡Oiga caballero!, como está varón, como está varona, señorita, joven estudiante, señor chofer y señor cutrer…¡cobrador!...
“Esto es una mierda, desde ellos, esos también, sí, estos que vagan todo el día, ¿barriendo?, ¡lo primero que deben barrer no está ahí!, no, pero no lo ven, y ¿cuándo lo van a ver?”
-…si varón, pero a ver usted, con todo respeto joven, usted que tiene cara de chancón, mire a la señorita de su costado, analizela bien, pero de lejos noma, ¿está rica o no?... mire pues, y que no se le empañen los lentes, ¿está rica o no?
Federico, tan misántropo, iba recorriendo la calle desde su ventana, veía como siempre a los barrenderos del municipio, tan amarillos e inconscientes de la supervisión de la que eran victimas.
Era raro, pero ciertamente, a Federico le comenzaron a aterrar cada vez más los gritos de los carros y sus bocinas, el sabor de la calle lo asqueaba, su cerebro no aguantaba un gramo más del smog inconsciente que su atmósfera le inyectaba constantemente. Así, había decidido dejar su trabajo como asistente de un abogado que resultaba ser más practico que él. Tomó una maleta pequeña y llenó su ropa, dinero, un jabón, un utensilio de cocina y su gastado libro de Nietzsche; fue luego a su trabajo, cobró su ultimo mes, para después sincerarse rudamente con su ex-jefe, quien terminó corriéndolo a empellones por creerlo un malagradecido "de primera".
El lugar donde entonces había estado viviendo era una pensión antigua del jirón Junín, ahí transcurrían sus disquisiciones filosóficas en medio de trajines coléricos, hepáticos, que lo hacían adular más a su mentor. Federico creía ser de verdad un Superhombre, y que la sociedad entera debía transformarse, y él apelaba a ese valor, ese coraje de sentirse único, elegido, como tocado por un dedo teleológico que lo empujaba a la redención general, a tomar papel en ese cambio.
-Si amigo, amiga, ya en serio, esta es mi chamba, cole mañana y no me tiro la pera, pero no como, no desayuno, varón, amiga, por favor, te pido una colaboración, así, una monedita, o algo de comer, por favor, mira, te hecho reír, por favor, ahora no me ignores ni me voltees la cara…
Había pasado esa primera semana en el cuarto, recluido con sus provisiones materiales y espirituales, maquinando un nuevo mundo, simplificado de periódicos y opiniones contingentes, creía necesario un cambio, pero no escapaba a su realidad, no podía, el “Ecce Homo” se repetía constantemente en su cabeza, y así, no encontraba como sostener al mundo en este cambio, esta revolución evolutiva, mental, que planteaba.
“Si al menos la gente entendiera bien de estas transformaciones”, se decía a si mismo, y sus manos jugaban con los pasadores de sus zapatos, mientras meditaba sentado en el piso de un rincón de su cuarto; Federico se sentía en ese "tránsito" donde se renace, y esa primera nirvana en la que ya se encontraba, le hizo darse cuenta de la gran manada que era la humanidad, que buscaba sus razones en la simpleza de la moda, de lo que otros dicen; que no veían la vida hipócrita, con una moral también hipócrita, innecesaria.
Federico se iba ofendiendo cada vez más, y no encontraba palpable una solución, un sistema redentor y político que le devolviera sus esperanzas de algún comunitarismo posible.
Y palpando sus pasadores, buscando lo concreto en sus pensamientos, rozó y se aferró maquinalmente al utensilio que trajo consigo... una reminiscencia, que de pronto creyó definitiva, lo empujó súbito.
Un bólido en la calle, iba deshaciendo a los caminantes ajenos a la revolución que mantenía agazapada dentro de su abrigo (porque era invierno, era de noche, hacía frio, una neblina húmeda, gris). Salió hasta la avenida y se subió a la primera combi que vio.
-…ignora al choro, al vago, no me ignore causita, no al que trabaja…
-¡Tu!, niño, ¡cuántos años! Y no sabes quien eres, no hay, no hay futuro, no hay, no existes tu…ni tu, ni tu , ni tu, ni tu, ni tu…
Federico ostentoso señalaba con su dedo deicida a los pasajeros de la combi, decidido, sacó su utensilio, un cuchillo de hoja gruesa, brillante, intacto, inmaculado. Enhiesto, artístico y corajudo, atravesó el estomago de Roger; y repartió su revolución fría y filuda a los jóvenes estudiantes con cara de chancones, a las señoritas que estaban buenas, al señor cobrador… pero al fin vio imposible cambiar todo, vio imposible cambiar la combi en la que estaba, vio imposible frenar su genocidio, vio imposible frenar a su mano, que junto al cuchillo habían logrado la silueta roja y macabra de la sangre sorprendida; al fin él mismo se sintió imposible, y se sorprendió o lo sorprendió su conciencia, mientras se atravesaba el cuello de lado a lado para terminar su mundo, para terminar de redimir lo que todos sufrían, para sufrir por todos una sola vez; y no gritó, nadie grito por él, ni Roger, que yacía en el piso, con el rostro blanco y la ropa roja, ensangrentada, como la combi, la combi en la que iba el Superhombre, en la que iba Federico, y en la que ahora van seis personas muertas y un payaso que agoniza...

domingo, junio 22, 2008

Mechita

-…y justo hoy.
-¿Qué fue compare?
-Naa, el trabajo, lo ´e siempre, pero vamo al chino, vao…
-¿Qué pasa, qué miras?
- … ¿Nunca has visto el rio?
-No pe, si apesta, si hay puros fumones ahí nomas.
-Sí, fumones, y agua, y basura, cuantas bolsas, mira ahí están, míralas bien.
-Ah…
-Pero también tanta cochinada... desde que llegué a Lima, este rio desgraciado, no sé, siento que llega acá ya bien absorbido de todo allá arriba, de la puna…todos en mancha hemos cambiado. ¡Ah!, pero si yo viviendo en esa esquina todos los días, dateando pues, claro no toda la vida, pero llego de allá de Paita, y acá, que los terrucos, que no hay chamba, ya sabes pues, eso de las colas, Alan. Pero me resigné a buscar chamba, ahí encuentro esto de la combi… como era chibolo, me ponen de datero, yo ni conocía donde me habían puesto, la avenida Tacna, la primera cuadra, ahí llevaba mi banca.
Y todos los días en la misma vaina de soplar carros, cuando veo a esa vieja, ¿cómo era?: media gorda, pelo pintado, creo que era un amarillo pichi, la cosa es que vivía en la quinta esa de Doña Rosa, arriba, bien al fondo, yo iba temprano con mi banca y me sentaba casi en la puerta , y me ganaba lo que hacia, la miraba saliendo a comprar su pan en la mañana, con su bata tremenda, y ruleros en su cabeza, casi no salía, a la tienda y donde el teléfono nomás, la vaina fue cuando me di cuenta de su chamba, todos los días entraban mocosas o ya viejas, pero con su panza encima, a algunas ni se les notaba, pero con tu vista las encuentras, te acostumbras a encontrarlas, se hace fácil, además, sus caras, casi todas las desgraciadas tenían una pinta de perdidas...
-Pero, ¿qué hacía la tía?
- Espera pues, ya, entraban con la panza, y salían planas, la tía era comadrona, abortera pues, pero de esas. Chambeaba en las tardes, con un negro gordo que paraba con un polo blanco percudidazo, me daba asco cuando caminaba, un asco que recuerdo ahora; su pareja era, creo que todos las mañanas se la arrinconaba. En las noches el negro sacaba bolsas negras, que apestaban a perro, se las llevaba al fondo, subía por ese jirón, el Zela, hasta acá, al río, y tiraba toda la cojudesa de esas bolsas.
-Me lleva compadre, ¿y no viste qué era?
-Sí…pero escucha, de ahí, una vez llega esa mocosa, sus quince a lo mucho, con su panza bien hinchada, entra arriba, y no me aguanté las ganas de aguaitar, porque ya la había visto a ella, ahí, atrás del congreso, unos meses antes, esa vez que estábamos con unos patas en donde el chino, chupando unas cañas, ¿te acuerdas?, no pues, si ya hace tanto...pero ya, ya me estaba yendo, salgo y a la cuadra la veo, con su faldita, un escote por las huevas, planaza, pero bonita, bien bonita, era una putita bien mocosa y bien linda, y yo con mis tragos, me le acerco, me dice que 100 intis, yo estaba aguantadazo, así que la levanté, ahí noma en el Torrico la metí, se movía bien, y era mi paisana, del norte la chibola, compadre, se llamaba Meche, era blanquita. Esa noche no la dejé salir, por un billete más me la quedé todita la noche, y ya en la mañana se fue, me pidió para su pasaje la chiquilla, le di unos reales, y no la ví, me había gustado, pero no había pues, hasta esa vez. Igualita estaba, solo que con un jean y un polón, igual se le notaba, más todavía por lo que era flaquita, entró como a las cuatro , yo no me aguanté pues y entro también, y subo donde era la casa, el negro no estaba, y me asomo a la ventana de la tía, tenía una cortina media sucia pero se podía ver, un solo cuarto era toda su casa, la Mechita estaba hablando con la vieja, ¿qué le decía? , no sé, pero de ahí, la vieja la tomó del brazo y la llevó al catre, el único en toda el cuarto, ahí donde seguro se la gozaba el negro ese, ahí mero las hacía abortar, y la echó y le metió un pañuelo en la cara, así la hizo dormir, Mechita se dejó, bien obediente mi paisana compadre, y luego la vieja, como yo esa vez, le abrió las piernas, y...empezó...¿cómo ?, le metió un fierro, algo como pinzas grandotas, ahí pues, ¿dónde más?, y le jaló, ¡qué fuerte le jaló!, y yo con 20 años allá en el norte, pensando que era malaco, y esa vieja, ahí que era una carnicera, por mi madre que se le veía gozando de cómo jalaba, y yo pensaba que la mocosa ya estaba muerta, con tanta sangre, porque salía sangre, un montón de sangre, y caía al piso, caía y se escuchaba clarito hasta afuera, donde yo estaba compadre, y el piso ya era rojo por que ni la vieja ni el negro limpiaban; ese se arrimaba a la vieja, para eso y para sacar esas bolsas nomás estaba, la vieja también, a las justas se lavaba las manos de toda la cochinada que le quedaba; yo escuchaba la sangre y a la vieja, y no sentia nada... nada... ni me movia, no podía... y salió el feto, yo hasta pensaba que iba a chillar, pero qué pues, si estaba muerto, salió y lo envolvió con el mismo cordón, y lo metió a la bolsa, lo empaquetó bien y lo tiró a un rincón, y yo casi vomito ahí nomas , con toda la cojudesa que había visto. Ella tranquila se fue a ver tele, y dejó a Mechita ahí nomás, a que se despierte, ...cuando alguien sube a la escalera, ¡el negro pues!, me largué ahí nomás, no me vio, o me hice al loco, pero salí, y dejé ahí mi banca, mi tablero, me fui, corriendo, asustado, asqueado, corría, corria…pero… como si se me hubiera atracado los hombros con algo, de una me paro…¿no habían pasado un par de meses nomás de ese revolcón con mi Mechita?, y yo que ya me gustaba algo , no sabía que hacer, estaba cojudo, ella seguro seguía tirada, dormida, y ese feto, ¡¿no era mío?!, no podía saber, ¡no!, tantos después que yo, y ni recordaba de cómo fue esa vez, pero…
-Qué, osea, ¡¿era tuyo?!
-No, mira, no , escucha primero, escucha, yo no sabía, no quería saber si era mío, pero esa vez me sentía bien cojudo, tanto, y fue…no sé, como ser un padre, yo tan lejos de mis viejos, y sin familia… me senté en la vereda, no podía, pero comencé a lagrimear, tanto, toda la tarde, hasta la noche, levanté la cabeza y era de noche… y ahí justo el negro pasa por mi costado, me puse bien blanco, y de nuevo la vomitada, y más ganas de llorar, como si se llevará a mi hijo, estaba con una bolsa negra, y yo estaba temblando, y no podía hacer nada, el negro se fue para arriba, yo había estado moqueando en ese jirón Zela, y me puse a seguirlo, al rato veo como se asoma al puente, ahí nomás tira la bolsa, y cuando se va me asomo; no se veía nada, nada, y tuve que bajar, negro todo, y el olor que había, ya no vomitaba, ¿qué más iba a botar yo?, y buscando, encuentro la bolsa, era la más fría…no era la única, y la levanto, estaba el feto envuelto, empaquetado, ya no quise saber más, lo tiré, ¿total?, estaba muerto, si muerto es morir así, por partes, porque estaba en tres, las dos piernitas, y lo demás, no podía llorar más, y me senté ahí, en la orilla, y ya no me escuchaba llorando, pero sabía que lo hacía, y escuchaba las combis, y los carros, y yo con mi bebe abajo; me quedé dormido ahí, al lado, y me hubiera quedado ahí siempre, me daban ganas de dormir con todas las bolsas que tiraran, pero también me sentía solo, ahí abajo nadie iba, solo estaban las ratas, unos fumones y yo. Sabía bien adentro que tal vez no era mi hijo, pero nunca lo supe, ahí me quede, quería recibir todas las bolsas que cayerán…pero…a los dos días cayó una bolsa más, y fui a acomodarla entre las mias, y…¡era Mechita!, bien blanca, dura, el espanto, o no sé, solo vi su cara, era ella, y sus ojos abiertos, su boca abierta, y me gritaba, sentía que me gritaba, y yo también lo hice, le grité, hasta correr, grite corriendo, subí al puente, y seguí gritando, gritando, y Mechita... se quedó ahí, ahí descansa, yo no pude dejar de gritar, no pude hasta que ya no salía bulla, no pude…
y siempre grito, lloro compare, aunque ya hace tanto, veinte años tenía ...pero aun la recuerdo ahí en el catre de la vieja, pero más en el Torrico…yo aun le tiro sus reales para su pasaje…Ah Mechita.