martes, julio 08, 2008

Las cartas de Mauro

“¿Qué playa? ¿Què mar? Cada cierto tiempo el viento cambia de dirección y da indicios de su presencia -un olor salobre que atraviesa la ciudad-, pero esos días son raros.” DANIEL ALARCON, Radio Ciudad Perdida.
I
Cena Mauro con esa distracción solitaria, masticando la comida maquinalmente y mirando la televisión. Su departamento lo acoge con un silencio de cosa habitada, con una pequeña refrigeradora en un rincón de la cocina, que suena como un pequeño estómago en espasmo continuo, el soundtrack perpetuo de su independencia. Se lava los dientes mientras piensa en la mujer que vio atractiva en la combi, se echa en la cama, son las diez. Su cuarto; un velador, una lámpara, un ropero y otra televisión (frente a su cama); huelen a colonia antigua, a menthol seco. Prende la televisión, el dvd, y retoma la película donde la dejó: dos hombres penetran los bajos esfínteres de una mujer que aparenta gozar de lo que le acontece. Súbito, Mauro mueve los pies, se remanga el pijama y comienza a rozarse el pene, mira de nuevo la pantalla, la rubia desnuda casi grita, casi está a su lado, y él se descubre el sexo, lo toma enhiesto en una mano y empieza a masturbarse, poto gringa rico si tetas combi cabello sí culo negra ayer hoy pinga duro. Mauro es meticuloso en la figuración de la mujer que lo excite, hoy toma las nalgas de la rubia que aparece en la televisión y las pone en el cuerpo de la morena de la película de ayer, las tetas son de la mujer que vio en la combi. Y continúa entrecerrando los ojos, y distribuye sobre si, excitado, a su mujer diseccionada, que ya lo besa, ya cimbrea su mundo encima suyo, y la imagen física que da esto es la de un continuum fantasmal, y de pronto los espasmos, golpeteos, el vahído… y la dosis seminal ya se desliza entre sus manos; con un papel evita mancharse, se limpia un poco y se queda dormido. Mauro trabaja de bibliotecario junto a otros colegas, por ratos se distrae viendo las piernas de una joven que está leyendo, por otros toma algún libro y lo hojea casi interesado, luego va al baño y orina mientras recuerda a la mujer de alguna película. Hoy ha aceptado ir a tomar con sus colegas, es bastante callado, y más aún con las mujeres; pero ahora está ahí, habla, ríe con ellos, los conoce, sabe sus nombres; un poco de licor y Mauro ya está algo libre, solo algo... Corre un viento marino cerca a la puerta donde beben (a las puertas donde beben) y Mauro ve la hora, son las 11 de la noche, y recuerda sus películas, recuerda a alguna mujer de cabellos negros, tal vez de piel blanquísima, de pronto se siente cansado, “¡sábado! semana de trabajo” piensa, así que se levanta para despedirse, nadie lo invita a seguir tomando, pero él no lo nota a fuerza de costumbre. Ya en su departamento toma el teléfono, abre el periódico en la página exacta y comienza a llamar a alguna de las prostitutas.
-Hola, Débora…llamaba por tu aviso…mira…es mi primera vez y… -Sí mi vida, el costo es de cincuenta soles, incluye… - Mauro escucha sin dejar de imaginarla, charapita quebradita golosa insaciable, se toma la entrepierna. Está todo dispuesto… -… ¿Y cuánto... me cobras... por atrás? – tratando de simular sobriedad, reteniendo gradualmente la respiración, escucha el precio, escucha la voz que le habla al oído, y comienza a excitarse un poco más… -… ¿ok?, si te animas, estoy por la veinte de Arenales, te ubicas por ahí y…- y Mauro ya está ligeramente espasmódico, sabe que va a terminar y su respiración lo delata, la prostituta se da cuenta, pero él ha soltado el teléfono, ya está con la cabeza recostada y estirando por ultima vez el pie derecho, unas deprimentes gotas le resbalan por la mano…
II
“Se viene un domingo aburrido” piensa mientras se despierta, la refrigeradora perpetua está susurrándole, ya son las ocho de la mañana y hoy, sin pensarlo, no se masturba, tiene hambre y se levanta a desayunar. "Te estuve viendo”. Al principio no lo creía, desayunaba frugalmente cuando esa vision lo asaltó: un sobre amarillo estaba tirado en el piso de la entrada, y al abrirlo, una hoja arrancada lleva esa frase con una letra muy trabajada; ¿te estuve viendo? ¿a mí quién? . Conciso, misterioso, el mensaje no tenía una sola pista más, y los pies de Mauro vuelven a golpetear el piso, ¿qué?...¿quién, cómo…¡¿por qué?!,no lo imagina posible, ¿quién a donde vivo?, muy extrañado hasta abre la puerta de la calle, pero nada, todo es silencio de domingo matutino; y comienza, ahí en la entrada, con la puerta aun abierta y aceptando todo, a imaginarla morena rubia jovencita sí pequeña rica ricaza chancona tranquila. Con la destreza admirable que sus amigos no valoran, ya tiene a la chica a su lado, se la lleva a su cuarto, sus pies siguen intranquilos, antes de echarse pega la carta a la televisión, decidido, con una excitación notable, se tira a la cama y comienza a penetrar a la chica de la carta, ah así te gusto eh sí sí sí ah no ahí ahí así, retuerce ambos pies y se da vueltas, parece libre de su vida perpetua, y hasta grita, sí, él y la chica de la carta están gritando, y está frenético, inconsciente, instintivo en su ademán urgente, su cama rechina, se da vueltas… pero ya termina, mientras se deja manchar con el fruto de su mente, agitado ya sin jadear, se queda al fin dormido mirando la carta. Ese domingo no fue como pensó, y eso lo alegró mucho, al día siguiente en su trabajo por fin iniciaba las conversaciones, miraba más indiscreto a las mujeres y su voz tomó un acento más grave. Sus amigos no lo creían, Mauro tenía una actitud muy confiada, se le veía súbito y decidido, tal vez casi como el que se precipita muy sexual sobre una niña. Su día cambió, su vida cambió, esa vida que todos veían, había cambiado; Mauro era otro, y esa carta lo era todo ahora, casi amaba a la mujer que simbolizaba y cada vez que podía trataba de imaginarla más y más, cómo era su piel, cómo los pechos, el cuerpo. Tantas cavilaciones le duraron solo unos días. La noche del jueves otra carta lo recibió en la entrada a su departamento, casi maquinal, Mauro la recogió de nuevo: Hoy también te estuve viendo, tu voz. PD: esta también puedes pegarla a la tele. De nuevo se asomó a todos lados, nada, desde dónde podían haberlo visto, cómo sabía ella que la carta estaba pegada, se sentía espiado, suavemente asediado, pero también exaltado (¿excitado?). Mientras ya la imaginaba, cabellos negro rizado no lacios…, se comenzó a excitar, y fue a la sala, junto al teléfono, ahora la chica de la carta era quebradita golosa insaciable charapita, le hablaba al oído, y su mundo cambiaba con ella desnuda y vulnerable encima suyo, ah sí rica ricura estas rica linda puta caliente… Inexistente. Las cartas continuaban, Mauro había tomado la costumbre de pegarlas en la pantalla de la televisión, todas lo terminaban excitando, le daban esa sensación de la mujer esclava, adicta, curiosa. La imaginaba, sentía más su actitud, su forma de ser, forma que para Mauro justificaba su timidez. La concebía tan increíble en el sexo, aunque tranquila, pequeña, dócil, callada; de un rostro tan ubicuo para él mismo. Las notas también estaban cargadas de una complicidad que le daban un significado particular, desde la primera de estas Mauro se volvió un galante que se bañaba todos los días, pegando las cartas para que ella lo viera, lo viera masturbándose más, locamente. Quería parecer todo un hombre ante la chica que gustaba de verlo, que gustaba de ver al que todos veían.(voluble) Cada paso, cada actitud ya no era como un eco alejado; y buscaba nuevas formas de vestir, de caminar, de hablar, pero sobre todo, nuevas formas de masturbarse, esta última faceta comenzó a presentar nuevos formatos, ahora lo hacía parado, vendado, atado de tres extremidades. Su imaginación era aun más increíble en esto. Fueron meses que a Mauro le cambiaron la vida, las cartas ya le llegaban con cierta regularidad, y cada una señalaba el punto exacto de aquello que creía que en él no valoraban, la quería, la deseaba. Al fin se sentía mayor de verdad, podía abordar a cualquier mujer, ya no lo atemorizaba nada, solo ella, que se convertía cada vez más en una mujer de papel solo. Pero no le importaba, no reparaba en ello, aún no. Mas un día, mientras olía las cartas de puntas frente a la televisión, lo exaltó la idea de conocerla (y tal vez así salvar su existencia), imaginaba dónde, qué harían, y tomó un cuaderno que guardaba en su cómoda y escribió: Ya quiero conocerte, basta de cartas. donde, como, cuando. Luego de cerrarla con el sobre amarillo que tenía gracias a la chica de las cartas, fue hasta la puerta de la calle, y sin abrirla, deslizó el sobre por debajo, hacia la calle, esperando iluso. Tan solo un día después, llegando como siempre galante y varonil a su casa, encontró la respuesta: “El viernes, av. Piérola 1540, 10pm, espérame en la barra.” Muy alegre, abrumado, Mauro resguardó la carta en su billetera y esperó sin masturbarse un solo día, imaginándola y guardándose para la cita, esperaba lo mejor. La avenida Piérola, céntrica, ruidosa, de noches alegres y confusas...confusas. Mauro le había pedido al taxista que lo deje antes, quería sentir por última vez esa intriga de quien se sabe observado. Fue caminando las ultimas cuadras y, antes de llegar, miró su reloj, miró a su alrededor, y luego entró. Una luz roja y mortecina lo recibió, el local era una procesión de inciensos hormonales. Mauro se sentó en la barra muy puntual e impaciente y pidió una cerveza. Fue cuando una mujer se le acercó, él la vio y escuchó lo que le susurraba: Qué haces sentado amorcito, vamos a otro lado, no te cobro caro. Guardando simulada soberbia, le dijo a la mujer que no podía, que esperaba a su pareja. Ella se rió extrañada y se fue a bailar al escenario. A Mauro no le importaba que la chica de las cartas lo hubiera invitado a un lupanar, lo tomó como posible, lo acepto como decente. Luego de un rato de seguir ahí vio el reloj, eran las 10:20, no tardaría. A la media hora, sin embargo, otra mujer se le acercó con las mismas intenciones, Mauro de nuevo, altivo y sosegado, la rechazó con la misma excusa. Estaba muy excitado, se había guardado por casi cinco días, y las mujeres de pronto lo abrumaban, pero él quería ser fiel a la chica de las cartas. Luego de su sexto vaso de cerveza, luego del tiempo que desgranaba su inconsciencia, algo ebrio e impaciente miró su reloj, eran las 11:30, no venía. Comenzó a aceptar que no llegaría, y creyendo que a él no se le podía plantar así, así de fácil quién será que se joda no soy para me planten no existes, se sintió más libre aún, ahora en su nueva vida, y comenzó a ver a su alrededor, reconoció a la primera chica que se le acercó y la llamó. Cuánto me cobras, tengo departamento. Barato nomás mi vida, pero si es a tu casa, me pones el taxi y una propinita aparte. Se paró de la barra sin decir más, la mujer lo siguió. Al llegar a su casa él la tomó de la mano y la llevó a su cuarto. Se desnudaron y él la comenzó a besar muy fuerte, cerrando los ojos... y de pronto Mauro sentía estar besando a la chica de las cartas, cabellos rizados no lacios negros rubios quebradita golosa insaciable charapita, ya la conocía, era tranquila, callada, dócil. Y abría los ojos para ver la pantalla repleta de cartas pegadas, y miraba la espalda de la mujer, mujer de mundo, de simulacros poco sinuosos, es ella sí, y gritaba en su paroxismo exhalado, tomándola de forma violenta, casi vengativa… Pasó la noche entera con la mujer de la barra, muy satisfecho, muy fatigado. Y antes de quedarse dormido, aprovechando que ya estaba un poco sobrio, que la mujer dormía, Mauro sacó su cuaderno de la cómoda y arrancó una hoja más, tomó el lapicero y, con la letra muy trabajada de siempre, escribió: “No pude ir, pero te sigo viendo. Tu imaginación. PD: pégala también en la tele” La guardó en el sobre amarillo, al resguardo de su conciencia, de la vida que todos veian, la tiró cerca a la puerta de la entrada como había hecho los últimos meses, y se fue a dormir pensando en ella, en ellas. La refrigeradora sonaba perpetua en la cocina.

1 comentario:

ando... dijo...

como siempre...
mis aplausos, sólo aquel que lee mucho podria predecir tal final tan bien maquinado...
un abrazo